En un mundo lleno de opiniones


Llucià Pou Sabaté



Con Ingmar Bergman ha muerto uno de los existencialistas que aún se planteaban las grandes preguntas de la vida, en un mundo vacío de ideas; las ideologías que dominaban hace pocos años se van sustituyendo por un mundo sin verdades, una galería de opiniones, pero esto provoca insatisfacción, pues el hombre busca la verdad, busca un “por qué” vivir, para poder desarrollar el “como” vivir día a día de manera soportable. Me ha llegado una historia que muestra hasta qué punto dependemos de la opiniones que se toman como auténticas cuando son muy frágiles.

Era otoño, y los indios de una remota reserva preguntaron a su nuevo Jefe si el próximo invierno iba a ser frío o apacible. Dado que el jefe había sido educado en una sociedad moderna, no conocía los viejos trucos indios. Así que, cuando miró el cielo, se vio incapaz de adivinar qué iba a suceder con el tiempo... Para no parecer dubitativo, respondió que haría frío, y que debían recoger leña para estar preparados. A los pocos días tuvo la idea de telefonear al Servicio Nacional de Meteorología.

-“¿El próximo invierno será muy frío?” -preguntó.

- “Sí, parece que el próximo invierno será bastante frío”, respondió el meteorólogo de guardia. De modo que el Jefe volvió con su gente y les dijo que se pusieran a juntar todavía más leña, para estar aún más preparados. Una semana después, el Jefe llamó otra vez al Servicio de Meteorología y preguntó: “¿Será un invierno muy frío?”.

- “Sí -respondió el meteorólogo- va a ser un invierno muy frío”.

Preocupado, el Jefe ordenó a sus hermanos que recogiesen toda la leña posible, ya que parecía que el invierno iba a ser verdaderamente crudo. Dos semanas más tarde, el Jefe llamó nuevamente al Servicio de Meteorología:

- “¿Están ustedes absolutamente seguros de que el próximo invierno habrá de ser muy frío?”

- “Absolutamente, sin duda alguna -respondió el meteorólogo- va a ser uno de los inviernos más fríos que se hayan conocido”.

-“¿Y cómo pueden estar ustedes tan seguros?”, preguntó el jefe.

-“¡Pues porque los indios están recogiendo leña como locos!”.

Cambiamos cosas que se hacían de toda la vida, por modas efímeras, como no tomar aceite de oliva (que se ha demostrado tan saludable), o exponer la piel desnuda a los rayos del sol (que se ha visto tan pernicioso, tomarlo sin precauciones). Es asombrosa la fragilidad de tantas convicciones que se toman contra lo que siempre ha funcionado; se experimentan cambios sustituyendo lo que funcionaba por quimeras y molinos de viento: como los divorcios express o adulterar el matrimonio con otras formas de convivencia…

Alexander Solzhenitsyn nos hizo ver cómo tras el comunismo, la gran mentira, hay un vacío de verdad, y apatía en su búsqueda. Europa flirteó con el marxismo, y ahora se encuentra en paños menores, con una democracia sin verdades, sin principios para fundamentar la dignidad de la persona y de la familia. Ante esta incertidumbre, la tradición cristiana da una respuesta y se ha formado una rica tradición occidental, ese humanismo cristiano de la que bebían los padres de la unión europea, y que nos protegen de las devastadoras experiencias de los recientes regimenes nazi y estalinistas, que acabaron como acabaron por estructurarse en base a una concepción anti-persona. Hoy podemos caer de nuevo en esa trampa cuando nos ofrecen nuevos modos de “familias” o de “educación” sin que esté comprobado su verdad, hay leyes que nos piden tener confianza en algo vacío propugnado por quienes no tienen nada en la cabeza, algo tan falaz como algunos valores de Bolsa, que después que se inflan bajan en picado, así aparecen y desaparecen opiniones que dejan un rastro de desastres en la historia. Por eso urge defender la verdad, también en las leyes.