Tierra sagrada



Llucià Pou



En la tierra todo está marcado con su fecha de caducidad, tiene un fin, nuestro deseo instintivo de vivir para siempre reclama algo más allá de lo visible. "El hombre no puede vivir sin arrodillarse, dice Dostojevski... si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de madera, de oro o simplemente imaginario... todos esos son idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra". Por eso, a veces, nos encontramos con el infierno de Dante: "En medio del camino de mi vida, me encuentro en un bosque de oscuridad". Es la experiencia a la vez terrible y gozosa de encontrarse solo, solo ante el mundo, solo ante Dios. H. Nowen, en Tres etapas en la vida espiritual, un proceso de búsqueda habla de ese camino interior: "En medio de la vida turbulenta, a menudo caótica, se nos exige, en una primera etapa, calar, con honradez y labor, en ese nuestro ser íntimo. Al mismo tiempo, con enorme cuidado, en nuestro prójimo y, con una oración cada vez más profunda, en Dios". La sociedad contemporánea en la que nos encontramos siente agudamente en sus carnes la soledad amarga. La gente habla, pero no de sus cosas íntimas, está incomunicada. Se cae en las formas de evasión de la realidad, en la intimidad expuesta y a la venta en los puestos de los charlatanes.

Hoy necesitamos apertura, poder decir a otra persona: "Me gustaría verte", usar el lenguaje sencillo de pedir ayuda, de hablar, desvelar el deseo de estar cerca de un amigo y de ser receptivos, y curar las heridas de soledad. Necesitamos soledad, pero soledad creativa y fecunda, diálogo interior, la paz con nosotros mismos. A veces encontramos y oímos que una persona excepcional nos dice: "No corras. Quédate tranquilo y en silencio. Escucha atentamente tu propia lucha. La respuesta a tu pregunta está oculta en tu propio corazón". Recuerdo cuando vivía yo en Roma que un mendigo al verme correr por las calles me dijo: "¿por qué vas tan deprisa? No hace falta correr... Tómate la vida con más calma." A veces cuesta entrar en nuestra verdad interior, y nos duele enfrentarnos a nosotros mismos. Llamamos por teléfono, hablamos de aquella experiencia o de aquella corrección que nos han hecho, y que no aceptamos; de un consejo que nos han dado, que nos exige, y nos sale el banalizar aquello, al hablarlo con otra persona, ponerle un tono a la voz que le quite hierro al asunto, aligerarlo con la excusa de otra opinión fácil. Thomas Merton escribía en su diario: "en la profunda soledad es donde he encontrado el sentido profundo del amor que les debo a mis hermanos. Cuando más solitario estoy, más los amo. Se trata del afecto puro y del respeto por la soledad de los demás". Podemos decir: gracias, Señor, porque soy un hombre más entre los hombres, participo en el glorioso destino de la raza humana, de sus grandezas y sus grandes burradas.

La soledad del corazón y la intimidad de la amistad dan solidez al carácter, madurez. Sin dependencias ni sentimentalismo, se vive mejor el misterio del amor que crea un espacio libre donde convertir la soledad angustiosa en vidas compartidas. Se vive el respeto mutuo. Contaba Nowen de un amigo que lo visitó diciendo: “en este momento no tengo problemas, ninguna pregunta que hacer. No necesito consejo ni orientación alguna. Sencillamente quiero pasar un rato de charla distendida contigo”. Su amigo lo atendió con franqueza: “nos sentamos, nos quedamos callados, oímos ruidos exteriores de la calle en medio de un silencio cálido y lleno de vibraciones, con miradas y sonrisas que alejaban restos de miedos y sospechas, luego él dijo: ‘da gusto estar aquí’. Y yo le comenté: ‘sí, es maravilloso encontrarnos juntos de nuevo’. Y luego, seguimos en silencio durante un buen rato. Y a medida que los vínculos de la paz se iban haciendo más fuertes entre los dos, él dijo con un tono inseguro: ‘Cuando te miro, es como si estuviera en presencia de Cristo’. No me sentía extrañado, sorprendido, obligado a protestar. Me limité a responderle: ‘Y es el Cristo que hay que en ti el que reconoce al Cristo que hay en mí’.

Sí -continuó-. Él está en medio de nosotros -y luego dijo unas palabras, que penetraron en mi alma, y que han sido las más importantes que a mí se me han dicho jamás y que han contribuido a sanar mis heridas durante años-. ‘De ahora en adelante, vayas donde vayas, y vaya donde vaya, toda la tierra que nos separe será tierra sagrada’. Cuando me dejó, sentí que me había revelado lo que realmente significa la palabra comunidad".

En muchas ocasiones sentimos que la presencia de los demás nos lleva a algo más alto. Ya no importa tener la presencia de las personas, porque la llevamos con nosotros, en una imagen que nos lleva más allá de las mismas personas a las que queremos: "cuando te alejes de tu amigo, no lo lamentes. Porque lo que amas más en él puede hacerse mucho más evidente, brillante en su ausencia, lo mismo que la montaña para el escalador es más visible desde la llanura" (The Prophet). Hay una unión misteriosa entre las personas que crea un espacio para la presencia del Señor: “donde estéis dos o tres de vosotros reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo”, en un espacio espiritual de comunión, tierra sagrada.