Una idea peregrina de la sociedad postmoderna


José Luis Mota Garay



Es curioso el eco que ha tenido en distintos medios de comunicación la propuesta lanzada por la diputada alemana Gabriela Pauli, de la Unión Política Social-cristiana, sobre su proyecto de proponer una ley del matrimonio con tiempo de caducidad cada siete años, renovable o rescindible. Dentro de las ocurrencias peregrinas, o salidas de madre, de la sociedad postmoderna, ésta, por desgracia, ya no nos sorprende. Lo de los siete años es posible que sea un cálculo aproximativo y seguramente apoyado en alguna estadística. Si la diputada, lo que pretendía era solamente llamar la atención antes del congreso, de su partido para elegir presidente el día 29 del pasado septiembre, de poco le sirvió pues sólo obtuvo el 2,500 de los votos.

Como siempre hay gente que se queda con la idea en la cabeza, por “descabellada” que parezca, es oportuno dar las razones por las que el matrimonio, como diría el latino “ad tempus”, por un cierto tiempo, con plazo de caducidad, no tienen porqué prosperar. Una razón bien sencilla es porque los protagonistas del matrimonio, los novios, si se quieren de verdad, se han jurado más de una vez «amor eterno», lo cual no está mal: es una forma de expresar que se cuenta con la lealtad del otro para toda la vida. Si uno de los dos, al mirar a los ojos del otro, descubriera que no hay voluntad de ser fiel, muchos se echarían para atrás, pues no quieren que aquello empiece mal. Eso también ocurriría si el matrimonio tiene un plazo de revisión, para que los compromisos adquiridos en la boda se replanteen. Cuando se hacen estas propuestas, lanzadas con frivolidad, hay que pensar en sus consecuencias. Parece que no se cae en la cuenta de que se está dando de lado a la desgracia que la separación supone para los hijos.

Un argumento, importante sin duda, para evitar las separaciones o los divorcios, es el daño, un verdadero trauma, que supone para los hijos, ya que se les tambalean bienes importantes para ellos como la estabilidad emocional, y el afecto próximo de su madre y de su padre, necesarios para la orientación de su vida y de su futuro. El daño más importante de la generalización de los divorcios, y la naturalidad con que se aceptan, es que actúan como un veneno que impregna a la sociedad entera. La aceptación del divorcio como algo inevitable es un mal que afecta a los novios, que ya inician su matrimonio con una inseguridad respecto a su estabilidad en el futuro; y que facilita que a la primera contrariedad, el egoísmo de uno u otra les lleve a romper algo que empezó siendo un bien grande y hermoso para ellos y motivo para el encanto y la fascinación de sus hijos. Tan importante es, y tanto preocupa el tema, que hay mucho escrito, y yo mismo estoy preparando un libro, que podría llevar como subtítulo o reclamo publicitario "Manual de supervivencia de un matrimonio para no descasarse".