Cómo surge la Inquisición


Colaboración de Mariano Martín Castagneto (Argentina)



En la Europa del siglo XII, sobre todo en regiones de Italia y de Francia, se hacían fuertes dos tipos de herejías: la albigense y la valdense. La primera surgió en el siglo XII en la región de Albi – de donde toma su nombre la herejía - en el noroeste de Toulouse, Francia. Aunque se desconocen sus fundadores, los albigenses sostenían que existían dos poderes enfrentados: por un lado el dios bueno, creador de lo espiritual, y por el otro, el dios malo (Satán), creador de lo natural. Los también llamados cátaros despreciaban al cuerpo tomándolo como algo sumamente impuro (maniqueísmo) y por lo tanto se oponían al matrimonio. Además, entre otras cosas, rechazaban la divinidad de Cristo, la virginidad de María y los sacramentos de la Iglesia. Si creían en la reencarnación.

Pedro Valdo fue el fundador del movimiento que copia su apellido, los valdenses. El era un rico comerciante de Lyon que un día de 1173 renuncia a todas sus posesiones y se convierte en un predicador laico itinerante. Sus seguidores fueron conocidos como “los pobres de Lyon”. Se dedicaban a interpretar libremente la Biblia y entre sus postulados rechazan la Santa Misa, las oraciones, y reclamaban el derecho de las mujeres y de los laicos a predicar sin licencia eclesiástica. Fueron excomulgados en el Concilio de Verona de 1184.

En medio de este clima herético, un papa y un emperador, Honorio III y el alemán Federico II Hohenstaufen inauguran el primer tribunal inquisitorio de la historia, en el año 1220. El emperador, si bien simpatizaba con los musulmanes y se había negado a realizar una cruzada contra ellos en Tierra Santa, estaba preocupado por su imagen en la Santa Sede y le pide al Papa poderes especiales para combatir a los herejes de sus tierras. Honorio III instituye el tribunal, pero tenía temor de que fuera usado como herramienta de intereses personales del emperador. Es por ello que encomienda su funcionamiento a dos órdenes mendicantes, los franciscanos y los dominicos. Básicamente, la función de los tribunales inquisitoriales era juzgar y condenar los comportamientos contrarios a la doctrina de la Iglesia. Si bien al principio se persiguió a los herejes, luego continuaron las persecuciones sumando a los judíos y a los musulmanes. Los juzgados podían ser condenados a morir en la hoguera por sus delitos.

Pero la represión violenta de la herejía fue un error teológico de gravísimas consecuencias. De hecho, el papa Juan Pablo II, en su carta apostólica Tertio Milenio Adveniente, del 10 de noviembre de 1984, subrayó la necesidad de revisar algunos momentos oscuros de la Iglesia, para reconocer ante el mundo los errores de algunos fieles y pedir perdón por ello.