Prefiero rezar ante el Señor expuesto que ante el Sagrario


Alain Bandelier
Traducción del francés: Buenas Ideas
Artículo disponible en francés.



¿Es un exceso de sensibilidad ? Un sacerdote me ha dicho un día : « Es lo mismo... »

Sagrario abierto o cerrado ; es lo mismo, sí, ¡pero solo para Jesús o para los ángeles ! Jesús no está más presente, su amor no es más activo según que la Eucaristía sea visible o invisible, cercana o lejana, expuesta con solemnidad o con gran simplicidad. Es cierto.

Pero si Jesús ha inventado los sacramentos, no es para él ; es para nosotros. Y yo no soy un espíritu puro. Tengo ojos para ver y oídos para oír. En último término es como si me dijeran : « ¿Por qué abrir el libro de los Evangelios ? Desde el momento en que tú sabes que la Palabra de Dios se encuentra en el interior, ¿qué necesidad hay de leerla o de escucharla ? ». Nos podríamos incluso preguntar por qué ir a comulgar : ya que Jesús está en todas partes, ¿qué necesidad hay de tocarle ? Ahora bien, precisamente Jesucristo resucitado se da para ser visto, para ser tocado, para ser comido. El ha querido que mantuviéramos el contacto con El ; un contacto no virtual o solamente mental, sino real, actual y vivo.

¿Por qué poner en duda el sentido común y la buena fe del pueblo de Dios? Históricamente, la elevación de la Hostia durante la misa, la adoración fuera de la misa, las procesiones del Corpus Christi no resultan de decisiones de la autoridad, sino de la petición de los fieles y de la intuición de los místicos, como Sor Juliana de Mont-Cornillon (siglo XIII)

Esta necesidad de «ver» la Sagrada Hostia es una profesión de fe en la Presencial real, como reacción a las dudas de Berengario desde el siglo X; a las herejías de los siglos posteriores (época en la que Santo Tomás de Aquino compone sus himnos eucarísticos; y, luego, a las contestaciones de la Reforma.

Es también y sobre todo un testimonio de amor a Jesús y de agradecimiento por su presencia permanente en el sacramento. Cuando se ama, se es feliz de pensar en el ser amado. Pero más aún de verle. Ciertamente nada reemplaza a la comunión. Pero la adoración prolonga e interioriza la comunión : « Permaneced en mí como yo permalezco en vosotros ».

Otra carta me ofrece este testimonio : « En una reunión de catequistas, mi párroco ha presentado la adoración eucarística como algo del pasado y que es preciso evitar, pues se correría el riesgo de desviar la piedad de los fieles ». Si se cree en este tipo de comentarios, ¡el Espíritu Santo ha dejado de soplar desde el concilio de Trento hasta el concilio Vaticano II !

A esta cuestión hay que dar una primera respuesta, teológica. Que un uso se generalice relativamente tarde no significa que es un mal uso. Pensar lo contrario es confundir la Tradición con el arcaísmo. Sobre muchos otros puntos, la Iglesia ha descubierto progresivamente y continúa descubriendo todas las dimensiones de lo que ella ha recibido, según la promesa del Señor : « El espíritu os conducirá a la verdad completa » (1). Así, el sabio saca de su tesoro cosas nuevas y viejas (2) ; "nova et vetera". Lo viejo conserva su frescor, lo nuevo se alimenta de la savia inicial. Hay ejemplos célebres de «novedades» en realidad tradicionales, como las revelaciones del Corazón de Cristo en Paray-le-Monial o la puesta en evidencia de la Misericordia por Sor Faustina.

Hay otra respuesta, espiritual. No se pueden negar las evidencias. La primera es la asombrosa multiplicación, en el momento actual, de los tiempos y lugares de adoración en las comunidades y en las parroquias que no tienen nada de anticuado o de retro (al contrario, son jóvenes, dinámicas y misioneras). La segunda es el fruto espiritual de la adoración en la vida de las personas y de las comunidades que han recibido la gracia y la llamada para ello. ¿Hace falta recordar el ejemplo del Beato Charles de Foucauld ? ¿Hay que asombrarse de ello ? No se pasa cada semana una hora cerca de la Fuente sin llegar a ser uno mismo poco a poco « fuente de agua via para un mundo sediento » (3)

(1) Juan 16, 13. (2) Mateo 13, 52.
(3) Ultimas palabras de la Encíclica de Benedicto XVI « Dios es amor ».