¿Por qué se concede a los sacerdotes lo que se niega a los divorciados?


Alain Bandelier
Traducción del original francés: Buenas Ideas
(Disponible en francés)

Un sacerdote ha abandonado su ministerio por una mujer de la parroquia. Se han podido casar por la Iglesia. ¿Por qué se concede a los sacerdotes lo que se niega a los divorciados?

Se siguen produciendo defecciones de sacerdotes, a veces recién ordenados, no siempre por razones sentimentales. Es algo inquietante, pues se podría pensar que la crisis ya ha pasado: no estamos en el clima desestabilizador del post-Concilio, el discernimiento de las vocaciones y la formación de los seminaristas son objeto de una gran atención, un joven se compromete hoy con conocimiento de causa.

¿Por qué estos fracasos? ¿Nuestros compromisos son tan frágiles? El caso que me han referido es evidentemente triste. Tenemos derecho a decirlo, lo que no impide tener un pensamiento misericordioso por uno u otro. Nuestros errores y nuestros pecados pasados pueden ser un día superados, ¡gracias a Dios!

En este caso, ¿es posible un matrimonio religioso? Sobre este punto es preciso referirse a la objetividad del derecho. No crean que la respuesta depende del rigorismo o la laxitud del obispo. Es posible bajo tres condiciones.

Evidentemente, esto supone antes que nada que el hombre que renuncia a su compromiso de sacerdote no renuncie a su compromiso de bautizado (hay casos, lamentablemente, en que la ruptura no es solamente la del ministerio sino también del vínculo con la Iglesia e incluso con el Señor).

Luego, hace falta que el sacerdote solicite la dispensa de su compromiso de celibato y de ser “reconducido al estado laico” (se habla de “reducción al estado laico”, pero es una mal traducción del latín reductio.)

Finalmente, es preciso que le sea concedida la autorización de contraer un matrimonio sacramental. El hecho de que la decisión sea tomada en el más alto nivel (en Roma) muestra cómo la Iglesia se toma la cosa en serio.

Parece que, desde hace varios años, estas dispensas no son dadas demasiado fácilmente, en todo caso no sistemáticamente. Se conoce el caso impresionante de Juan Pablo II que pidió ser oído en confesión por un sacerdote que quería dejar su ministerio, lo que le llevó a su vocación inicial. Evidentemente, si el matrimonio es posible, sería oportuno celebrarlo con un poco de discreción. La celebración del sacramento es, sin duda alguna, una gracia para la pareja, si vive en la fe. Pero es, sin embargo, una herida reabierta para la comunidades y las familias.

A muchos fieles les choca lo que para ellos aparece como una injusticia: sacerdotes infieles a sus compromisos son beneficiarios de una remisión, mientras que personas divorciadas no pueden volverse a casar por la Iglesia; y, sin embargo, algunos son, al menos al principio, más bien víctimas de una infidelidad que infieles.

Tanto en el plano de las relaciones humanas como en el plano del compromiso personal, las dos situaciones se parecen, es cierto. Por eso, en caso de duda, de tentación, de fatiga, esto debería fortificar en unos y otros el sentido de responsabilidad y la valentía de la fidelidad.

Pero en el plano objetivo (o teológico), las dos situaciones son muy diferentes. La indisolubilidad del matrimonio, según el testimonio mismo de Jesús, surge del designio de Dios desde los orígenes. La Iglesia no tiene potestad sobre esta alianza irrevocable. Por el contrario, el celibato de los sacerdotes es una elección positiva de la Iglesia; ciertamente se apoya sobre motivos espirituales y pastorales que tienen su peso; pero no es irrevocable.

Es preciso remarcar sin embargo que la autorización del matrimonio para un sacerdote se acompaña siempre de la prohibición de ejercer el ministerio propio del sacerdote. Si no, efectivamente, sería una ofensa a la equidad: no se comprendería que unas opciones tan graves no tengan ninguna consecuencia. Es lo que algunas redes activistas -a las que debemos resistir- pretenden hoy día obtener de la autoridad.

El día de nuestra ordenación no éramos inconscientes, no nos hemos dejado engañar por la Iglesia. ¡No!¡Hemos sido "cogidos" por Cristo y no lo lamentamos!

En "Famille Chrétienne", n° 1505