Vivimos en un mundo veloz, en la cultura del instante
Nieves Acosta Picado
Vivimos en un mundo veloz, en la cultura del instante. El mundo actual es la aceleración, el cambio brusco, la inmediatez. Con las nuevas tecnologías todo va rápido, nunca mejor dicho “las noticias vuelan” y todo llega en milésimas de segundos. Lo queremos todo “ya”. La urgencia nos hace actuar de un modo en el que casi todo tiene que estar terminado “para ayer”. Sin embargo, vivir así nos impide a veces pensar, hacernos preguntas sencillas y relacionarnos de manera más humana. Quizás sea la respuesta al porque, viviendo en la época de la comunicación, hay gente que se siente más sola que nunca.
¿Qué nos pasa? ¿Da felicidad ese modo de vivir? ¿Somos más eficaces? Todos nos quejamos de las prisas pero seguimos ese ritmo frenético. Si somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podremos ofrecer alternativas y hacer frente la realidad de otra manera. El reloj nos gobierna, curiosamente cada vez corremos más y sin embargo tenemos menos tiempo. Mas que controlar el tiempo deberíamos aprender a disfrutar de él.
Tenemos tantos problemas y asuntos que resolver… trabajar, estudiar, ajustar nuestro presupuesto y seguir cumpliendo con nuestras responsabilidades, que parece imposible que en medio de tantas preocupaciones y contratiempos podamos conservar la calma para resolver todo sin caer en la desesperación ni dañar a los demás con nuestra impaciencia. Cuando tenemos dificultades podemos sentirnos tristes, irritables, desganados y muchas veces en un callejón sin salida.
Vivir deprisa nos impide ver que cualquier ocasión es buena para regalarnos un momento de tranquilidad, por ejemplo estar atrapados en un atasco nos da oportunidad de disfrutar de un buen rato de música.
Estar serenos, sobreponernos de manera racional al impulso y actuar de manera inteligente sobre los vaivenes de la vida, nos ayuda a “cantar bajo la lluvia” los días grises y oscuros, incluso las mañanas de invierno parecen menos patéticas y más luminosas.
Dejar actuar nuestra alma racional sobre las borrascas de cada día, es muy importante para saber tomar decisiones acertadas, intentar ser señores de nosotros mismos, autores de la historia de nuestra vida, y así saber el camino correcto a seguir y decidir de forma serena.
Hay ocasiones en la vida que tendremos que tomar decisiones rápidas, pero es mejor actuar siempre con calma. Esto no significa convertirnos en unos “tranquilones”, está claro que hay situaciones en las que viene muy bien actuar de forma rápida, pero sin convertir la velocidad en una obsesión, en una forma de vivir. Además, aun al tomar decisiones con rapidez, se puede tener un momento de reflexión, como vemos que hace el jugador de fútbol al dar un buen pase de balón: tener visión de juego y saber improvisar será la mejor jugada que podamos hacer en la vida. Ser previsores nos asegura un margen de error mínimo y si nos las vemos venir, no perderemos el centro del campo.
Actuar con serenidad es una provocación para los amantes de la velocidad, ¿con qué resultado?: en la vida hay más accidentes, como en el trafico, por nuestra precipitación y falta de serenidad que por actuar con calma. Buena cosa es contar hasta diez para disfrutar de las cosas. Nos encontraremos la paz y la alegría, porque es la alegría la que nos deja tranquilos. Dejemos pues tanta prisa por hacer, para escuchar nuestra voz interior que nos recuerda que lo único importante es: vivir.