La serena aceptación del dolor
Mariano Martín Castagneto
Aunque muchas veces se niegue, la cultura contemporánea está en permanente alerta respecto a un tema: el dolor, la tristeza. Pero es un ítem no del todo incorporado en la vida cotidiana, sino más bien rechazado y alevosamente ignorado. El dolor, realidad palpable y comprobable, existe sólo para escapar y huir de él.
Los jóvenes traducen esa fuga con la bebida, con las drogas y con las broncas ilimitadas. Todo consiste en olvidar y construir una realidad paralela a la vida misma, hecha a base de alucinógenos, evasivas y un buen grado de inmadurez, cóctel explosivo que no hace más que agravar los problemas que la vida presenta. Creen que tienen su camino resuelto mientras sean capaces de beber, abrazar y besar en una pista de baile a cualquier alguien que se cruce por allí. Lo que no se sabe, es que harán cuando los años atenúen su juventud física e impida las mismas costumbres de los primeros años.
Para la gente un poco mayor, ya más curtida por las circunstancias, el escape al dolor encuentra su máxima expresión en los popularísimos antidepresivos, en los viajes interminables por mil y una ciudades que aseguran la distracción permanente y en aquellos que pueden, la compra compulsiva de inutilidades que decoran lo que deja sin decoro la miseria personal. Otros, recurrirán a la cobarde violencia como desahogo. Pero, la vida nos dicta otra cosa: el dolor es una realidad, existe, y es por lo tanto, inevitable.
Para el cristiano, el sentido del dolor está prácticamente resuelto, aunque sea difícil entenderlo y llevarlo a la práctica. Es el sentido del dolor redentor, aquél que libra del egoísmo y hace que se viva para los demás con exclusividad. Pero para quien no tiene la gracia de ser cristiano, también la cuestión es simple: ¿se solucionan los problemas ignorándolos, escapando de ellos? NO. Entonces, todo consiste en aceptar la realidad personal, sea cual sea, y pensar cual puede ser la mejor manera de sobrellevarla con dignidad y entereza. No hay realmente otra alternativa.
No se puede vivir ignorando lo que nos rodea. La vida no es similar a un supermercado, donde cada uno puede escoger sólo lo que le gusta e ignorar el resto. La persona madura es la que, consciente de su situación vital y particular, construye su felicidad a partir de ella y no a base de quimeras o soluciones de ensueño.
El dolor, fantástico maestro y aleccionador, está allí para hacerlo nuestro, no con espíritu de autoflagelo, sino como la realidad que toca vivir. Sólo entonces seremos capaces de descubrir, aunque parezca increíble, que detrás de la humilde aceptación del dolor está la verdadera felicidad. ¿Nos animaremos a intentarlo?