El examen de fin de año


Mariano Martín Castagneto



Con el correr de las últimas horas de otro año que se despide, es siempre inevitable que una atmósfera de examen ronde por nuestros hogares y nuestras mentes. Es tiempo de reflexión y de medidas, de ponderar lo bueno y lo malo del año que pasa dejando huella.

Para los que recién nacen, el nuevo año será la despedida de los primeros pañales y la bienvenida a la vida de niño, que comienza lentamente a manejarse por sus propios medios. Para los jóvenes, superar sinsabores fruto de la poca experiencia e irse preparando lentamente para los avatares de la vida. Para aquellas personas que ya han alcanzado la madurez, será tiempo de rectificar el rumbo, moderar objetivos y percatarse de que la vida pasa y espera mucho de ellos, aún en los momentos de zozobra. Para los que ya han acumulado canas y arrugas, pero son más humanos que ninguno, será el momento de valorar todo lo recibido y de agradecer cada día la posibilidad de un día nuevo.

Si los objetivos tienen como meta la conquista material, ciertamente la alegría durará lo que la utilidad del bien. Será un gozo pasajero. Habrá evidencia de que por más grande y caro que sea lo conseguido, no evitará cierto sentimiento de vacío interior. No colmará las expectativas, porque lo perecedero defrauda.

Si los objetivos, en cambio, tienen como punto de conquista el ser mejores personas, aunque transitemos a paso de tortuga por el camino de la perfección personal, serán mil pasos en nuestro desarrollo interior. Habrá que respetar nuestro carácter, nuestros tiempos y sobre todo, nuestra debilidad. Esta claro que sin el Niño que acaba de nacer en Navidad nada podemos. Nada.

Busquemos su sonrisa cuando los primeros meses del año que nace vuelquen en nuestro corazón algunas frustraciones impensadas; su mirada tranquila comprenderá nuestro desconcierto, pues el sí que sabe de sufrimientos. Cuando hayan pasado algunos meses más y estemos promediando el año, nos daremos cuenta que sólo algunas promesas del 31 por la noche llegan a buen puerto y se cumplen. Pero muchas otras ni siquiera habrán nacido. Encontraremos en sus brazos de niño el consuelo que necesitamos al ver nacer y morir propósitos con la velocidad de mil cometas. Y cuando los últimos meses del año lleguen a nuestro encuentro, pidámosle al mismo Niño corazón y oídos para comprender que sólo lo podemos acompañar con pasos muy pequeños y humildes. Quien quiera dar pasos de gigante, no sólo dejará atrás a quien nos querrá guiar, sino que además aplastará todas las buenas y verdaderas intenciones que sólo nacen de un corazón contrito.

El balance en la noche del año que muere siempre debe ser personal, con el contexto y las circunstancias concretas de cada uno. Sólo es válido el análisis objetivo cuando delimitamos bien el campo de examen. De lo contrario, si nuestras cuentas son hechas a la luz de las comparaciones, no nos alcanzarán ni cien vidas para cumplir lo que la fantasía nos dicta. Pequeñas metas, pocas y concretas, y sobre todo, que sirvan para despojarnos de nuestro egocentrismo y mejorar para hacer felices a los demás.