¿Reunión social o encuentro con el Señor?
Mariano Martín Castagneto
Lejos de ser un momento de intimidad y oración con el Señor, la misa dominical se transforma muchas veces en un punto de encuentro social, de actualización de chismes, de novedades a menudo intrascendentes y de besos y abrazos que dan la espalda a quien alguna vez murió para salvarnos de la condena eterna. Para muchos, es sólo una cruz de madera, que poca relevancia tiene. Es un hecho pasado, y la imagen del madero no es más que una conmemoración visual de esa circunstancia, una más entre miles de sucesos mundiales.
Al entrar a la Iglesia, la genuflexión se dirige a todos lados menos hacia el Sagrario, donde, vale la pena recordarlo, el Señor nos espera siempre, hace miles de años. El delicado saludo, que no dura más de cinco segundos, pocas veces imita las convenciones y por el contrario, suele ser una corta acrobacia, sin relación con un saludo amoroso y delicado.
No faltan nunca los chiquillos que corretean alegremente y sin medida por el templo. Sus padres han convertido a la feligresía en unos oportunos espectadores de la gracia vital de sus hijos. Las sonrisas cómplices de los progenitores buscan el guiño aprobador del nutrido público. Sus niños son alegres, divertidos y simpáticos; son más protagonistas que el mismo Jesús.
El gran error es vivir la Santa Misa como una conmemoración. Quien así lo hace, sólo recuerda, no vive de nuevo el momento. Pues bien, el Sacrificio del altar es una renovación de la entrega primera de Nuestro Señor, se vuelve a dar por nosotros. Si hubiese más conciencia de este hecho, difícilmente habría lugar para desenvolver y comer un caramelo de menta, sacar fotografías con ribetes de Hollywood o hablar indiscriminadamente sobre naderías.
La vestimenta variopinta es otro punto interesante. Hay quienes creen que los pasillos son algo similar a pasarelas y muestran su vulgaridad sin pudor ni respeto por un lugar sagrado. Son unos harapientos que van mejor vestidos a reuniones sociales que a la casa de su Padre.
Y al comulgar… hay ministros de la Eucaristía que palmean o acarician a niños que transitan sus primeras comuniones, mientras en la otra mano olvidan, increíblemente, que sostienen al mismísimo creador del universo. Es más importante la simpatía que acrediten ante esos ojos jóvenes que enseñarles la seriedad de un acontecimiento de semejante e inimaginable magnitud.
Las frases finales de la celebración litúrgica son una preparación para la estampida final. Cuando el sacerdote ni siquiera ha terminado las últimas fórmulas, ya hay gente saludando y comentando lo bien que cenó ayer, lo coqueta que estaba María, o el perfume que estaba de oferta en el centro comercial.
El descuido de estos y tantos otros detalles tiene una directa relación con la crisis moral de nuestros tiempos. Y es que, simplemente, no se puede llegar a grandes cosas si no se cuidan las pequeñas.